sábado, 19 de abril de 2008

A un gato muy pesado


Era sólo –de solamente y soledad- un peluche exótico. Un día sin más ni más, se levantó, cruzó la puerta, arrancó de un zarpazo lo que vio a su alrededor, lanzó un grito hondo desde las entrañas y se tumbó en el suelo. Soñó con buenos tiempos en la selva, con su sensualidad perdida, con sus presas temerosas… Llegó Catalina, lo jaló por la cola y lo devolvió a la repisa de los peluches polvorientos.



Ilustración de David Correa

domingo, 13 de abril de 2008

Goriloso


Simio jazzista pide plata afuera de un puterío, sueña con ser proxeneta, la trompeta, sólo –de solamente- le a traído desdichas. Pasa las noches tocando el bronce en amarga letanía, de vez en cuando alguien le lanza una moneda, en gesto tímido la recoje la guarda en un pañuelo. Él ya no recuerda, ni los buenos tiempos de jungla y risotadas con los monos, se le olvidó el olor a selva viviente, la selva que pisa es una broma de cemento, una humorada a sus ancestros, un día será proxeneta.



ilustración de Serge Cordovson

miércoles, 9 de abril de 2008

A un rino drogado y a un rino de lomo enchulado.

Deambulaba de aquí a allá el rinoceronte con ojo perdido, alzando su cuerno, pero su orgullo se ha esfumado, manchó su lomo en un duelo de elegancia sin mucha prestancia, se alejó de la comarca. De pronto una música gitana se le coló por las orejas, en su danza torpe y su canto incomprendido se marchó a paso lento.


ilustración de Serge Cordovson

lunes, 7 de abril de 2008

Josefina


Se abre la puerta, en tropel llega la risa torpe de un grupo de muchachos de las calles aledañas al parque.

Ella asustada, en sus 8 años es la primera vez que la envían por el pan para la once. Debe enfrentar a todos esos extraños entes mundanales que le parecen aterradores con sus voces gruesas y sus ocasionales alaridos humanoides. Se ve inmersa en una jungla de cemento, que jamás a atravesado sola. Siente como el corazón le bombardea sangre a una velocidad jamás experimentada. Le abruman las cárceles naturales, los imponentes semáforos. El hombrecito quieto de rojo parece que le guiña un ojo, ella se ríe nerviosa aun temerosa por la jauría metálica, ahora pasiva.

Cruza con paso firme y elegante, su gran peripecia termina, dejando un sendero de migas.