domingo, 2 de agosto de 2009



Cada tarde se sentaba a contemplar el paso de las horas; rutina algo silenciosa e imperceptible. Nadie notó cuando empezaron a caer sus dientes, ni el blanqueamiento de su cabello, tampoco nadie notó cuando sus hábiles manos dejaron de tejer aquellas trenzas de eternas soledad, ni cuando dejó de faltarle el respeto a la escritura y nadie supo cuando se le nublaron los ojos y su banal divertimiento dejó de serlo.

Nadie solía ser buena compañía, ahora llora su soledumbre.

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