Que falta de respeto le parecía a Pancracia –la puerta del 1038-, que el cartero traspasara su densa anatomía y por una rendija colara papeles de colores de variadas procedencias. Ella sufría bochornos cada vez que esto acontecía, nadie lo notaba –para su tranquilidad-. La calma era momentánea, nunca sabía cuando aquel hombrecillo volvería. Por eso practicaba su expresión en el espejo del pasillo.
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